Comentario
El viaje
La fecha real de la expedición fue el 9 de abril de 1595, cuando salieron del puerto de El Callao. Antes de emprender la larga travesía visitaron algunos pueblos de la costa, para recoger provisiones y completar las tripulaciones de forma poco ortodoxa: deteniendo navíos, tomando de ellos la parte que quisieron, y como la Almiranta no iba fina la barrenaron y sustituyeron por otra nave que estaba cargada de harina, comprometiéndose al regreso a pagar su coste al dueño de la nave y mercadería, un sacerdote del puerto de Chaperre, donde ocurrió la aprehensión.
Desde antes de que se iniciara la travesía y a lo largo de ella, las páginas del manuscrito del palacio Real nos manifiestan la debilidad de carácter del adelantado, incapaz de tomar prontas decisiones, y siempre a merced de los requerimientos de su mujer y cuñados. Si en el primer viaje se movió entre las influencias de Sarmiento y Hernán Gallego, quienes constantemente le recordaban su experiencia náutica para imponerle sus respectivos pareceres, en su segundo y último, Álvaro de Mendaña, con su constante afán contemporizador, amigo de ceder para no romper, provocó un creciente desdén hacia su autoridad. Cuando la quiso recuperar, a consecuencia del asesinato de un jefe indígena, como todos los débiles, actuó de forma brutal y sangrienta, pero ya era tarde. Otro factor, motivador de un gran número de rencillas y suspicacias, es la abundante presencia femenina a bordo, comenzando por la autoritaria doña Isabel Barreto. Justo Zaragoza, el primer prolonguista de la obra, escribe acertadamente: ... En las manifestaciones del carácter de Mendaña comprendieron todos el fondo de verdad que lo determinaba. Tales manifestaciones que las gentes de menguado sentido traducen por debilidades, las producían frecuentemente en el Adelantado, y le obligaban a hacerlas públicas, ciertas exigencias femeniles de a bordo, exigencias producidas a menudo por las molestias de la navegación, o por pequeñas pasiones muy propias de las sociedades menudas que viven aisladas... y no menos sabida es la inconveniencia de llevar esos jefes sus esposas en el barco que mandan; de la cual inconveniencia emanaron, sin duda, las rígidas ordenanzas que prohíben su embarque37.
Las discordias se habrían iniciado antes de embarcar. Las inició el Maestre de Campo Marino Manrique con Quirós, en El Callao, por cuestiones de competencia, y siguieron en el puerto de Chaperre, con el almirante Lope de Vega y el vicario de la flota. Quirós pidió licencia para no ir, y el Maestre de Campo, todo airado, y llegó a desembarcar. La intervención pacífica de Mendaña resolvió amigablemente de momento la cuestión, pero como ya veremos, las rencillas se ahondarán por la enemistad abierta hacia Marino Manrique de Isabel Barreto y sus hermanos.
Por fin la flota levó anclas en el puerto de Paíta, el 10 de junio de 1595.
Llamábase la nao capitana San Gerónimo. Iba con ella el Adelantado, su mujer y hermanos, el Maese de Campo, todos los oficiales mayores, dos sacerdotes, y el uno con título de vicario. En la Almiranta, que se decía Santa Isabel, Lope de Vega Almirante, dos capitanes y un sacerdote. En la Galeota (que nombraron San Felipe), el capitán Corzo, sus oficiales y gente. En la fragata llamada Santa Catalina iba por teniente de capitán Alonso de Leyba38.
El número total de tripulantes era de trescientos setenta y ocho hombres, y unas noventa y ocho personas entre mujeres y niños. Se llenaron mil ochocientas botijas de agua.
La navegación fue bastante tranquila. Llegaron a las primeras islas el 21 de julio. El adelantado, en homenaje al virrey Cañete, las bautizó marquesas de Mendoza. En la travesía, según cuenta el transcriptor de Quirós, no faltaron comentarios a la antipatía de la adelantada y de sus hermanos a Pedro Marino Manrique; de la creación de banderías; de murmuraciones sobre la ineptitud de Mendaña y Quirós, que no encontraban las Salomón; pero el hecho más sobresaliente que anotamos fue el casamiento múltiple de quince parejas en vísperas de la arribada a las Marquesas, y cuando las señales de tierra próxima eran inequívocas.
A los españoles les asombró la gran belleza de aquellos polinesios casi blancos y de gentil talla. Pero la política de fuerza o de terror que quiso imponer el Maese de Campo estorbó los planes de Mendaña de querer establecer una factoría. Por otra parte, la creencia en la proximidad de las Salomón determinó al adelantado a proseguir la navegación.
A partir de este momento crecen las murmuraciones, y el malestar se generaliza al no encontrar prestamente las suspiradas islas de Poniente. Quirós hace al Maese de Campo promotor de todas las inquietudes. Un hecho lamentable ensombrece más si cabe la incertidumbre que pesaba sobre la flotilla. El 7 de septiembre ve por última vez a la nao Almiranta, mandada por Lope de Vega. Nunca más encontrarán rastro de ella y de los que la tripulaban.
Por esa razón, cuando al otro día tropezaron con la isla de Santa Cruz, al pronto Mendaña creyó haber encontrado por fin sus ansiadas islas, y decía: Esta es tal isla y tal tierra. Pero cuando se dirigió a los indígenas en la lengua que en el primer viaje aprendió, ni ellos, ni él, jamás se entendieron.
No obstante, al descubrir un fondeadero aceptable, ver la frondosidad y belleza de la isla y la buena disposición de los indígenas, que por mediación de su cacique Malope llegaron a convivir, pensaron que la colonización no tendría problemas; todas estas circunstancias incitaron a Mendaña a fundar una población, olvidándose de su compromiso de llegar a las Salomón.
La fundación y levantamiento de la nueva ciudad, en un lugar elegido por el Maese de Campo, parece ser que no fue del agrado de todos. Por otra parte, la nueva tierra no colmaba sus afanes de riqueza, tal como correspondía en las míticas islas Salomón. Muchos de aquellos hombres habían vendido sus haciendas para ir tras las riquezas que tenían aquellas islas, a las que en la antigüedad enviaba sus naves el rey Salomón. En vez de abundancia al alcance de las manos, tenían que construir ellos mismos chozas donde guarecerse, y procurarse el alimento diario, bien por las entregas de los indígenas, o arrebatándolo a viva fuerza. Con razón se sentían traicionados, y así se comenzaron a coger firmas pidiéndole al Adelantado les sacase de aquel lugar y les diese otro mejor, o los llevase a las islas que había pregonado.
Para acelerar la salida de la isla y provocar el fracaso de la colonización, el Maese de Campo comenzó a practicar una política sistemática de saqueos de los poblados indígenas, esperando provocar un levantamiento general de los aborígenes. Debemos apuntar que esa política de saqueos sistemáticos era posible gracias a que Mendaña se encontraba gravemente enfermo, y permanecía aislado en la Capitana, acompañado de su familia y seguidores más fieles, entre ellos Quirós.
Esta funesta división entre los colonizadores trae trágicas consecuencias. A bordo del San Gerónimo llegan las noticias inquietantes de conjuras que plaena el Maese de Campo. El Adelantado baja a tierra, pero se da cuenta que su autoridad poco pesa allí. Triste y cariacontecido, se retiró al galeón, convencido de que todo había finalizado para él.
Arcabuzazos contra el galeón, nuevas noticias sobre la exaltación de la conjura, el fracaso de la mediación de Quirós, todo esto lleva al Adelantado a querer cortar de raíz lo que ya considera motín contra su persona. A persar de su debilidad, desembarca al romper el alba, donde le esperan sus cuñados y unos pocos fieles soldados. Acuden al fuerte y sorprenden indefenso al Maese de Campo Pedro Marino, y lo apuñalan. A él seguirán sus más fieles amigos, asesinados por la furia homicida de los hermanos Barreto, que llegarán a cortar la cabeza de los que considerarán principales cabecillas.
La jornada sangrienta no acabó ahí. Por la tarde regresaron al fuerte un destacamento de soldados que habían ido anteriormente al poblado del cacique Malope, el jefe indígena que tanto había intimado con Mendaña. Le habían asesinado de forma gratuita, y su asesinato es descrito por Quirós de una manera escalofriante. Enterado el Adelantado, ordenó que fueran aprisionados algunos soldados para saber su participación en el crimen. El Alférez que mandaba el pelotón, sin juicio previo fue ejecutado y cortada su cabeza, para emplearla a la entrada de la fortaleza, junto a las de otros dos que fueron ejecutados por la mañana.
El asesino material de Malope, que milagrosamente salvó la vida, víctima de sus remordimientos, moría a los pocos días.
Los acontecimientos narrados presagian el fracaso final de la colonización, porque a partir del asesinato alevoso de Malope, la exhibición de la cabeza del alférez para apaciguar a los nativos no sirve para nada, y los indígenas no cejarán de atacar implacablemente a los españoles, produciendo bajas diariamente y provocando desconcierto y desmoralización.
Las fiebres del trópico, por otra parte, aparecen y diezman a los españoles, y si a esto unimos la postración y agonía del adelantado, el cuadro no puede ser más sombrío. El 18 de octubre, Álvaro de Mendaña hace testamento ante el escribano Andrés Serrano, siendo testigos Diego de Vera, Andrés del Castillo, Juan de Isla, Luis de Barreto y el capitán Felipe Corzo. En sustancia, nombra a Isabel Barreto, su legítima mujer, por gobernadora... y todos los demás bienes que agora y en algún tiempo parescieren ser míos, y del título del marquesado que del rey nuestro señor tengo, y de todas las mercedes que su majestad me ha hecho39. Ese mismo día murió, y su cuerpo posteriormente embarcado encontró su definitivo descanso en las islas Filipinas.